Leía hoy esta noticia:
Esta noticia me ha hecho acordarme de otra que leí a finales del 2009.
En diciembre de 2007, el Consejo Europeo encargó a una docena de personalidades un diagnóstico sobre los desafíos de Europa. Se trataba entonces de frenar el declive institucional. Casi dos años y medio después, con la UE sumida en la peor de sus crisis, el llamado Grupo de Reflexión, presidido por Felipe González, da a conocer sus conclusiones. El informe será presentado hoy en Bruselas. La conclusión del informe del Grupo de Reflexión sobre el futuro europeo es que la Unión Europea debe refundarse y aplicar medidas radicales para salvar el sueño gestado tras la II Guerra Mundial. La Unión Europea atraviesa su peor momento: el Tratado de Lisboa no ha servido para dinamizar las instituciones; está cada vez más relegada en la escena internacional, y está sufriendo una grave sacudida por la recesión mundial, aún más afectada por la crisis griega. Pero hay más problemas preocupantes: Estados yendo a salvar a sus bancos; el envejecimiento de las poblaciones amenazan la competitividad de nuestras economías y la sostenibilidad de nuestro modelo social; presiones a la baja en costes y salarios; desafíos por el cambio climático; creciente dependencia energética; y por la parte que le toca a España, otro más, el cambio hacia el Este en la distribución global de la producción y el ahorro. Por si no fuera suficiente siguen latiendo problemas antiguos persistentes: las amenazas del terrorismo, el crimen organizado y la proliferación de armas de destrucción masiva que planean sobre nosotros. La síntesis del informe es demoledora, señalando: "Por primera vez en la reciente historia de Europa existe el temor generalizado de que los niños de hoy tendrán una situación menos acomodada que la generación de sus padres". Los expertos, sin embargo, creen que Europa puede tener una respuesta positiva para todos estos retos. Todo dependerá de la capacidad de la UE para asegurar un crecimiento sólido y una cohesión interna dentro de la Unión.
( Extraído de El País, hoy, 8 de Mayo de 2010)
Esta noticia me ha hecho acordarme de otra que leí a finales del 2009.
La penúltima cruzada del presidente francés Sarkozy es lograr que los indicadores económicos reflejen algo tan difícil de medir como el bienestar de los ciudadanos. Pretende derribar "la religión del número" que todo lo basa en el Producto Interior Bruto (PIB) y no tiene en cuenta las desigualdades sociales o el medio ambiente. Los expertos le reconocen parte de razón, y creen que su propuesta es buena porque abre un debate. Sin embargo, defienden las ventajas del PIB como sistema homologado, y califican de utópica la intención de cuantificar la felicidad y advierten de que detrás de esta propuesta podrían esconderse motivos ideológicos y comerciales. El informe que ha presentado Francia tiene parte de razón porque los bienes y servicios producidos en un país no miden su bienestar. Sin embargo, el PIB es el mejor de los peores indicadores económicos que tenemos. Todas las cosas que importan de verdad no se suelen comprar con dinero. En este sentido, la contabilidad nacional es un sistema limitado. Lo que ocurre es que en economía hay pruebas suficientes para decir que un incremento de la economía está correlacionado con la educación, la sanidad o la esperanza de vida, como apuntan los expertos en economía. En cualquier caso, la petición del presidente francés no supone una revolución. Desde hace años, el Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) publica el Informe sobre Desarrollo Humano (IDH) en función de una serie de variables (esperanza de vida, tasa de alfabetización, PIB per cápita...). El concepto de desarrollo es más amplio, pero este índice es una alternativa sólida al uso del PIB per cápita como medida del bienestar humano como señala el PNUD.
La lucha por restar poder al PIB como sinónimo de prosperidad económica, y por tanto de felicidad, no es nueva. Sarkozy quizás tenga entre sus referentes políticos a Robert Kennedy, o quizás no, pero lo cierto es que cuando éste era senador, en 1968, pronunció un discurso en el que el cuestionamiento del PIB también está presente:
"El PIB no tiene en cuenta la salud de nuestros niños, la calidad de su educación o el gozo que experimentan cuando juegan. No incluye la belleza de nuestra poesía ni la fuerza de nuestros matrimonios, la inteligencia del debate público o la integridad de nuestros funcionarios. No mide nuestro coraje, ni nuestra sabiduría, ni la devoción a nuestro país. Lo mide todo, en suma, salvo lo que hace que la vida merezca la pena. (...)".
(Extraído del El País, 27 de Septiembre de 2009)
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