domingo, 25 de enero de 2009

ARIADNA

Diculpad el atrevimiento de esta Nebulosa, que hoy ha permitido que la Pléyade Mitológica se explaye, cual "literata", en el relato de Ariadna.



Ariadna se despertó con el ruido de las olas del mar. El pesado sueño que la embargaba, la hizo permanecer aún un rato inmóvil, recostada de medio lado sobre la arena de la playa. Era incapaz de abrir los ojos, que a pesar de sus intentos, permanecían cerrados y ocultos, cubiertos por la larga cabellera suelta que se extendía tapando su rostro. Poco a poco consigue desperezarse, y aunque todavía algo aturdida, logra girar su cuerpo lentamente hasta colocarse boca arriba. Luego, despacio, aparta los mechones de pelo de su cara y consigue vencer la resistencia de sus párpados a abrirse. Finalmente alcanza a vislumbrar algo de luz, y completado el esfuerzo, con los ojos abiertos del todo, descubre sobre ella un inmenso cielo azul. ¿Dónde estaba? No podía recordar nada. Una extraña sensación la invadía, sentía como si se estuviera despertando del sueño más profundo que jamás hubiera tenido.

Se incorpora lentamente hasta quedar sentada. Frente a ella, un plácido mar abandona sus olas que mueren en la orilla a escasos pasos de donde se halla. Mira alrededor desconcertada. La playa hacia un lado concluye en un conjunto rocoso elevado, y hacia el otro, bastante lejos, en lo que parece la pendiente de una montaña. Tras ella, a no demasiada distancia, se puede apreciar un bosque de elevados árboles verdes precedidos de frondosos y floridos arbustos. Cada vez está más confusa. ¿Qué hacía allí y como había llegado hasta ese lugar? Estaba completamente sola en medio de una playa que no podía identificar, porque aquello, sin duda, no era Creta, su isla, que conocía perfectamente palmo a palmo. ¡Su cabeza¡ La sostuvo sobre sus manos mientras acodaba sus brazos sobre las rodillas de sus piernas flexionadas. Quería despertar del todo, dejar de sentirse aturdida, poder pensar con nitidez.

Entre brumas, algunas imágenes fueron viniendo a su mente. Todo era tan confuso, que no sabía si se trataba del recuerdo de algo que había vivido ciertamente o tan sólo del recuerdo de un sueño. Fue poco a poco ordenando estas imágenes. Se veía a sí misma, ataviada con un elegante vestido, en un mirador privilegiado desde el que se podía ver desembarcar en el puerto a los jóvenes griegos que serían la ofrenda al Minotauro. Era el tributo que Atenas debía a Creta, por una vieja ofensa, y que consistía en el sacrificio de siete jóvenes y siete doncellas, que puntualmente todos los años, debían entregarse al Minotauro. Pronto distinguió entre ellos a un atractivo joven. Iban a ser conducidos hacia las celdas reales. Cuando el grupo pasó por delante de ella, lo observó con detenimiento. No se apreciaba que estuviera temeroso, todo lo contrario, caminada resuelto y decidido, con firme paso, se diría que incluso con aptitud arrogante. Mentalmente le pedía que mirara hacia arriba. Como el apuesto griego tenía su vista fija hacia el frente, ella con disimulo, desprendió una pequeña bola de barro de la fachada que hizo caer justamente a los pies del joven que entonces, elevó su rostro hacía ella, cruzándose por un instante sus miradas. El corazón de Ariadna, dio un vuelco, él le había dedicado una breve sonrisa, que la había dejado petrificada, tanto, que su hermana, Fedra, tuvo que tirar de ella para que reaccionara.

También recordó, la intransigencia y severidad de su padre, el rey Minos, y una distante madre, Pasifae, y una infancia insulsa,una monótona y vacía juventud. Más imágenes aparecían ante ella. Se veía visitando en secreto los calabozos, con la complicidad de su hermana. Su vida gris conoció la ilusión gracias al joven prisionero. Decidió ayudarlo. Quería salvarlo de lo que sería una muerte segura. Nadie podía salir con vida del laberinto del Minotauro. Recordó que fue a visitar a Dédalo, constructor de todo aquel entramado de pasillos donde se encerró al Minotauro, quien le entregó una bobina de hilo especial, irrompible. Ariadna, recuerda habérsela entregado a su apuesto guerrero, para que la extendiera al entrar al laberinto, y así le sirviera de guía para salir después. También le entregó un puñal para que pudiera dar muerte con él al cruel y sanguinario toro. Conmovido ante tal entrega, pues ella había arriesgado su vida y engañado a su propio padre, el bravo ateniense prometió a Ariadna , que si salía con vida, la llevaría a Atenas y la convertiría en su esposa. La visión de aquel hombre entrando en el laberinto, le encogió el corazón, y recuerda haber sentido el brazo de su hermana amarrado al suyo, más afectada que ella misma, derramando sentidas lágrimas, ante el temor de que el plan fallara.



(Teseo matando al Minotauro. Grabado en cerámica)


De pronto, Ariadna, abandona sus recuerdos, y se pone en pie sobresaltada. Le había parecido oír su nombre. Pero mira alrededor, y no ve a nadie. La voz le había dado la impresión de que llegaba del bosque, a su espalda, pero allí, nada se movía. Se deja caer abatida en la arena. Entonces cayó en la cuenta de algo. Sueño o realidad, iba recordando lugares, sensaciones, emociones, muchos rostros, y hasta nombres…todos menos uno… ¿Por qué no podía recordar el nombre de aquel ateniense que le había llevado a abandonar su patria y traicionar a su familia? Sí, recordaba que la había tomado de la mano, y corriendo, habían llegado al puerto donde rápidamente subieron a su embarcación. Entonces, debieron de salir al mar, rumbo a Atenas. Pero todo en su mente seguía siendo confuso. ¿Y por qué no conseguía despejarse, y deshacerse de ese aturdimiento que sentía?…Tal vez había sido golpeada, o tal vez le habían dado algún brebaje a tomar para sumirla en ese profundo sueño, o tal vez los Dioses la estaban castigando a vivir entre brumas... ¿pero por qué?


Ariadna oyó de pronto, esta vez con toda nitidez, su nombre. Alguien la estaba llamando. Era una voz masculina. Mira rápidamente en todas las direcciones, la había escuchado allí mismo, tenía que estar cerca. Pero todo estaba en calma, ninguna alteración, tan solo ella en medio de una inmensa playa. De nuevo silencio. ¿Qué le estaba pasando? Se levanta y camina, primero en una dirección, y luego en la contraria, para volver finalmente al punto de partida. Vuelve a sentarse en la arena. Sintió entonces que algo le pinchaba en un costado, y descubrió que era un broche de oro que estaba enganchado en el bordado que su vestido tenía en la cintura. En ese momento, al tomar el broche entre sus manos, tuvo una visión nítida de su hermana Fedra, con ese mismo broche sujetando su capa, al borde de la embarcación, pidiéndoles que la llevasen con ellos. Recuerda que con un rápido impulso, su ateniense la tomó y la subió al barco. Ella se retiró para facilitar la maniobra y cuando volvió a acercarse, observó que ellos se miraban fijamente, de una manera especial, dedicándose una cómplice mirada. Recuerda cómo con una amplia sonrisa Fedra decía “Gracias, Teseo”…Sí… Ese era el nombre. Teseo.



Ariadna, se pone en pie súbitamente. Ahora no sabía si quería o no recordar más porque aquello la inquietaba, y nerviosa, intercambiaba el broche de una mano a la otra, y finalmente, girando sobre sus talones, lo lanza con todas sus fuerzas hacia los matorrales…. ¿Había sido abandonada por Teseo y Fedra? Debería estar triste, quizá enfadada, llena de ira, decepcionada, probablemente asustada… Pero no era así. Tan sólo sentía inquietud por su confusión mental, porque no podía asegurar que aquello que recordaba a retazos fuera real, quizá sólo era un sueño.

Se deja caer nuevamente al suelo. Se enrolla como un ovillo, ocultando su rostro a la luz del sol. Cierra los ojos, y desea que al abrirlos, estuviera en otro sitio y con la mente despejada. Unos instantes después, escucha una voz frente a ella que dulcemente le dice. “Ven conmigo, Ariadna”. Ella piensa que su mente nuevamente le hace oír voces imaginarias, y no se mueve.







(Cuadro "Baco y Ariadna". Sebastian Ricci. Museo Thyssen-Bornemissa. )


Siente entonces, que alguien acaricia su cabello. Desconfiada, eleva su cabeza. Ante ella, encuentra a un apuesto hombre que sostiene en la mano el broche que ella había lanzado un momento antes. “Toma, esto es tuyo”. Ariadna mira el broche desconcertada. Entonces el recién aparecido le tiende la mano, y la ayuda a levantarse. “¿Quién eres?” Pregunta Ariadna. Él aparta con su mano los mechones de pelo que el viento había colocado sobre el rostro de ella y, al hacerlo, ligeramente roza con la yema de sus dedos, su frente. Ariadna siente un leve escalofrío pero también que su aturdimiento va desapareciendo. Él contesta entonces con otra pregunta: “¿Y tú?”. Antes de que ella conteste , él la ha besado en la frente. Ariadna, simultáneamente al contacto de aquellos labios, siente que su mente se despeja... De pronto está tranquila, deja de sentir inquietud. Ya no vienen a su mente recuerdos o imágenes que la aturdan. Tímidamente replica: “Sólo sé que me llamo Ariadna”. Entonces él la toma de la mano y la acerca a la orilla del mar y mientras las olas van mojando sus tobillos, hace la siguiente declaración . “Ariadna, tu vida empieza hoy, conmigo”. Ella se siente extrañamente reconfortada. Él prosigue. “Yo soy Dionisos. No temas”. Dionisos, la sonríe. “Estás aquí porque el destino te ha traído a mí. Yo te he elegido a ti. Me gustaría que me aceptaras como esposo. Prometo hacer todo lo posible para que seas feliz.” A continuacion emite un extraño sonido y una carroza guiada por unos misteriosos y desconocidos animales de difícil calificación, aparece frente a ellos. La toma en brazos, y la introduce dentro para acto seguido ascender él mismo. Ariadna acababa de encontrar su destino.



("Baco y Ariadna". Tintoretto. SXVI)

Hay varias versiones del mito de Ariadna. Esta es una recreación tomando elementos de aquí y allá. De todos modos, aún hay más. Se cuenta que Dionisos tras haber rescatado a Ariadna de su hasta entonces triste existencia, la enseña a disfrutar de los placeres de la vida. En su boda, Dionisos regaló a Ariadna una corona de oro forjada por Hefesto, con la que consiguió que olvidara definitivamente su desdichado pasado. Tuvieron tres hijos. Zeus se resistió a conceder a Ariadna la inmortalidad a pesar de estar casada con un Dios del Olimpo, y por eso, según iba envejeciendo, su decrepitud la entristecía. Sin embargo, acabó protagonizando un caso de catasterismo:Ariadna terminaría convertida en una constelación que llevaría su nombre. Hay otra versión que señala que dicha constelación surgió al tirar Dionisos la diadema de Ariadna al cielo.



(La Constelación de Ariadna )


Uno nunca sabe lo que le está aguardando a la vuelta de la esquina, porque el destino es así de caprichoso. A veces, es precisamente en las peores cirncunstancias, cuando sucede que de pronto, todo da un giro sorprendente,y la vida te da una sorpresa. Y a veces también sucede, que para afrontar la nueva vida, hay que ser capaz de olvidar, "matar" ciertos recuerdos.


1 comentario:

Ariadna auf Naxos dijo...

Me gustó, mucho. Me llamo Ariadna, por cierto.
;)